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La Consagración del color

Edward Shaw

[…] La especulación artificiosa no está presente cuando Francisca Sutil prepara un proyecto. […] Ella soslaya lo inmediato y huye de lo superficial en su obra, así como en su vida. Desde que empezó a pintar sobre tela, después de su intenso compromiso con el papel hecho a mano como acercamiento a la pintura, puso su mirada en metas intangibles. Temprano en su carrera, su acento estaba en la consagración de la vida por medio de la pintura, como un acto de total devoción.

[…] Desde 1995, Sutil se ha ido acercando imperceptiblemente a esa “orilla cambiante de lo insondable”. En su caso, una fe inquebrantable le permite danzar al borde del abismo, sin temor a caer. Se sitúa al filo de la navaja de la eternidad de su propia existencia, mirando el vacío cara a cara. Y no tiembla cuando sus ambiciosas pinceladas dejan su huella en el lienzo con misteriosa precisión.

[…] Es evidente que escala y piel toman una dimensión diferente en la obra de Sutil. Es preciso estar conscientes de estas sutilezas cuando se la posiciona en el panteón de sus pares. Ella llega a la abstracción con una preparación original y prioridades más personales. En vez de desplegar una superficie de color para satisfacción instantánea del espectador, Sutil produce capas geológicas de colores. La mirada selectiva se ve atraída por la estructura de la textura y va penetrando gradualmente la superficie, hasta llegar al mundo luminoso que irradia del interior. La esencia está atrapada dentro de la pintura y no solamente en la superficie.

Cada pintura posee una personalidad que se descubre a medida que va revelando poco a poco su historia al observador atento y receptivo, al creyente. La capacidad de desplegar la invisibilidad se basa en un acto de fe. Es preciso creer que es posible ‘ver’ más allá de lo que capta la mirada, percibir más allá de las transparencias de la pintura y el trazado de sus pinceladas.

[…] Sutil estaba satisfecha con su búsqueda en 1999. Había probado en un campo de batalla tan duro e implacable como Nueva York, que no era imitadora ni discípula desdibujada de nadie. Reinaba ya sobre su “territorio propio”. A esas alturas, sus prioridades iban cambiando, impulsándola hacia esa inevitable “orilla de lo insondable”. Le inquietaba más asomarse al vacío que volver su mirada hacia lo conocido.

Con estas consideraciones ya estamos preparados para recoger el desafío de esta nueva serie. Transmutaciones es un conjunto de pinturas tan ambicioso como la vida misma y tan definitivo como la muerte. Antes de iniciar estas series, Sutil aceptó un encargo de singular importancia que resultó crucial para precipitar un cambio de ritmo en su trabajo y en la orientación de su vida. Se le entregó una torre en una propiedad cerca de Santiago, así como los medios necesarios para transformar la austera Capilla Cruz en una deslumbrante consagración de colores.

El crear el ambiente de un santuario requiere una sintonía del artista con dimensiones que trascienden lo pedestre. Era evidente que Sutil iba a utilizar los elementos que mejor conocía: la luz y el color. Su acción habría de ser más la de un director de orquesta que la de un maestro del Renacimiento. Su contribución fue entonces la de desplegar una sinfonía de colores en diseños armónicos y crear con la magia de luz y sombra, un ambiente palpitante con la resonancia de la trascendencia.

El resultado es un espacio que resplandece como un manuscrito iluminado que hubiera tomado vida. Un crescendo constante de color transporta la mente más allá del alcance de la memoria y las distracciones del deseo, donde la unicidad universal reemplaza la estática del ego. El color habla con una mezcla de voces claras y concisas, como si cada tono fuera la expresión de una parábola o lección.

Sutil pasó dos años impregnando la capilla con la esencia de la vida y un destello del más allá. Cuando terminó su trabajo, comprendió que debía seguir avanzando por esa senda, que ya no había cabida para un retroceso. Centró su enfoque en su propia existencia, en su propio compromiso con la vida. Estaba consciente como nunca del potencial de su infinitud. Había traspasado lo que Yau llama “la orilla cambiante de lo insondable”. Se había hecho una con lo ‘invisible’.

[…] Las pinturas [en la serie Transmutaciones] se titulan Homenaje (2002), Al amor (2001) Trascendiendo Nº 1 y Nº 2 (2002) y Transmutación Nº 1 (2001) y Nº 3 (2002). La senda es clara como cristal. Cuando se está preparado para rendir un homenaje, se está dispuesto a amar más allá del ego. En ese instante es posible trascender lo superficial y avanzar hacia una visión más elevada de la vida.

Finalmente se llega al estado de transmutación, el sutil artificio de transformar la substancia en esencia, el sueño de todo aprendiz de alquimista. Sutil infunde con devoción esta secuencia de la evolución espiritual del hombre en pinturas profundamente conmovedoras.

[…] El arte occidental rara vez toca temas como la muerte, con imágenes o artefactos específicos. En este contexto, Sutil sustenta su postura de una manera que es más sagrada que macabra, más poética que morbosa. Es fuerte y puede llegar a ser traumática pero, finalmente, éste es el objetivo y propósito del arte, cuando la vocación arrastra al artista en la dirección debida y el compromiso es obsesivo.

El camino de Sutil va tocando nueve etapas: nacimiento, crecimiento, amor, debilidad, abandono, la jornada, el atisbo, la muerte, el fin. Su división de la existencia es arbitraria, sin embargo avasalladora, contemplando cada fase de la condición humana. No cabe duda de que hay luz al final del túnel para nuestra artista.

 

Extracto del texto para el catálogo
Francisca Sutil: Transmutations
Nohra Haime Gallery, Nueva York 2003

 

 

 
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