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Voces del silencio

Kate Linker

Tonos sutiles, superficies nacaradas y texturas complejas de pigmentos y luz son sólo el atractivo superficial de la obra de Francisca Sutil. En estas pinturas llamadas Voces del silencio, el paisaje imaginario de su obra temprana ha sido internalizado y transformado: los lagos, las montañas, las llanuras resecas, se han convertido en paisajes interiores, en emblemas del mundo, tal como han sido captados por el sujeto humano. Aún más, han quedado atrás detalles precisos que han sido superados por vastos pensamientos ‘abstractos’, a medida de que Sutil asume como tema su propia condición. Entre los dos enfoques de descripción directa y de evocación oblicua, Sutil ha elegido este último, el más difícil.

Sutil es una ilusionista magistral, en el sentido original de la palabra, que se deriva del latín il-ludere, ‘jugar en contra’. La artista juega contra la superficie lisa y dimensiones limitadas de su obra, para sugerir una experiencia de múltiples dimensiones. Es así como la escala de estas pinturas, la mayoría compuestos de dos paneles, capta inmediatamente la atención del espectador, y los invita a acercarse a ellos con brazos extendidos. Sus proporciones sugieren ante todo un espejo –la herramienta por excelencia de un ilusionista– espejismos de espacios profundos que surgen de un plano. Además, en forma inusual en el arte americano reciente, las pinturas de Sutil no realzan el soporte material, más bien lo niegan, usando la superficie llana del cuadro como base para un despliegue multifacético de emociones. Los niveles múltiples de color que Sutil aplica en capas repetidas de gesso mate pigmentado, dan por resultado espacios que son a la vez profundos y ambiguos. La mirada invita a penetrarlos y la mente impulsa a investigarlos: dentro de cada pintura hay fragmentos de bermellón, de verde o negro carbón que desvían la mirada del espectador, apartándolo de la agitación vertiginosa del color. Estas prácticas surgen de los intentos de Sutil por abarcar el ámbito amplio y la dimensión humana de sus emociones. En la eterna lucha entre los bandos materialistas y espirituales que ha caracterizado la estética de este siglo, Sutil se ubica en las filas del ‘espíritu’.

Sutil es una artista de amplia cultura pictórica y en sus obras hay ecos de los pensamientos de algunos pintores modernistas tempranos. Se puede detectar aquí algo del deseo de Kandinsky por encontrar “equivalentes abstractos” de sus emociones, pero las más audibles son las observaciones de Matisse. En muchas ocasiones Matisse se refería a sus pinturas como la expresión de “un estado de alma”, como “un medio cristalino para el espíritu” y como “un doblaje de la vida de la mente”. Un concepto de la obra de arte como un análogo plástico del mundo, reflejado a través de la mente del artista, inspira estas declaraciones, desmintiendo su deuda para con la teoría simbolista: el fabricar muchos espejos mentales, usando la tela como superficie reflectora, se convirtió en la definición del esfuerzo pictórico moderno. Más aún, el plano luminoso del espejo proyectaba la imagen de la paradoja ilusoria de la superficie pintada, a la vez (materialmente) plana y (ópticamente) profunda.

Las Voces del silencio son testimonio de las impresiones que se recogen en espacios abiertos, vacíos, por ejemplo en la atmósfera ampulosa que envuelve el río Ganges al amanecer, percibida en un viaje a la India, o las planicies resecas del desierto de Atacama en Chile, donde nació Sutil. Estas experiencias solemnes e inevitablemente solitarias, exigen registros abstractos, aquellos que se evaden de los encantos prístinos de una descripción exacta. Y nuevamente Matisse: “El color ayuda a expresar la luz, no el fenómeno físico, pero la única luz que realmente existe es la que está en el cerebro del artista”. Esta iluminación ‘espiritual’, expresada por la interacción de luz-color, tiene su propia historia (nos resulta más próxima en la penumbra rutilante de Mark Rothko); en el arte de Sutil la encontramos en su desarrollo de los tonos intermedios, a medida que la acción de color contra color revela la luz implícita en su juego mutuo. El leve resplandor de esta luz-color amplía el abanico, dentro de los límites establecidos, de los diferentes tonos. Es así como en Voces del silencio Nº 9, el rojo se despliega en una multiplicidad de colores –carmín, granate, rubí, cornalina– con una pizca de solferino y amatista que se trasluce, junto con el naranja cadmio. En Voces del silencio Nº 17, el tono dominante es el amarillo, pero el espectro es amplio: limón, azufre, prímula, azafrán, ámbar. No hay color puro o que no haya sido intervenido; el verde mar se insinúa en el conjunto iridiscente, junto con el ocre y el negro.

En su esfuerzo por reflejar la profundidad de su emoción, Sutil acude a medios poco usuales. Usa espátulas planas para aplicar capas de gesso que va lijando entre cada aplicación y en las que a veces incorpora arena, grafito u otro material poroso. La moción de las espátulas deja evidencia de trazos equívocos que emiten análogos a la vez corpóreos y telúricos, sugiriendo cicatrices del cuerpo o tierras resecas. El estrato de pigmento oscurece la tela y hace que el panel de madera subyacente revele las innumerables superficies que hay dentro del todo. Aquí se establece un paralelo entre la textura pictórica y la textura de las emociones de Sutil, en la medida que las irregularidades del pigmento evocan flujos y reflujos de sentimientos, expresados por residuos de otros colores y, por lo tanto, de experiencias latentes en la pintura. Cada panel del díptico es dispar y posee una diferente tonalidad y textura. En Voces del silencio Nº 14, el lado izquierdo proyecta una luz trémula a través de sus vibrantes penumbras de tonos que van del amarillo al verde celedón, a lo largo del relieve con escaso realce de un género rayado con el que Sutil ha reemplazado la tela. Por contraste, el lado derecho hierve con colores turbulentos; acumulaciones densas y agitadas de pigmento sugieren los análogos sensuales de terremotos, volcanes y explosiones solares. La interacción de estos elementos, tanto entre ellos mismos como a lo largo de la línea que divide ambos paneles, preserva sus diferencias en una red compleja. Tal como en la paradoja del “silencio hablante”, las oposiciones existen aquí en un tenso equilibrio.

Sutil es una lectora de filosofía mística y la superposición de opuestos en estos dípticos, nos recuerda el sentido metafísico de un espíritu que se expresa en y por medio de la unidad de los contrarios. Este espíritu no es un fenómeno de otro mundo, más bien se manifiesta en ciertas configuraciones de atmósferas y de luz pálida, cuando la unicidad del universo se hace palpable, dejando detrás de sí el juego confuso de elementos aislados que constituye el mundo de las apariencias. Esta coexistencia de los contrarios también evoca el legado del idealismo romántico (él mismo parcialmente dependiente del pensamiento místico) que configura la estética moderna. Coleridge describió el poema como la encarnación de “la reconciliación de cualidades discordantes opuestas”, observando que su fusión entrega “un tono de espíritu y unidad”. Más próximo en el tiempo, Baudelaire describe “la íntima inmensidad” de los espacios conocidos por el alma, y confiere a la imaginación el papel de reflejar su captación en el arte. Es el ritmo indeleble de esos espacios inmateriales y sin embargo ‘reales’ lo que encuentra un eco vibrante en estas pinturas.
Francisca Sutil: Voices of Silence
Nohra Haime Gallery, Nueva York
Julio de 1992

 

 

 

 

 

 
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